Río de Janeiro.— Hoy es 16 de julio del 2007 y esta ciudad amanece con el sello de los XV Juegos Panamericanos. Abundan la alegría y el ajetreo desmedido para disfrutar de las justas. Sin embargo, este día tiene un significado: hace 57 años lloró todo el Brasil, ocurrió el Maracanazo y nació la epopeya emblemática de la historia del fútbol.
Imposible hablar de ello aquí. La herida es profunda y no sana aún, quizás jamás sane. Bien dicen los dolientes que en 1950 todo estaba listo: era el año, el día, la hora, el estadio, la afición y el equipo que necesitaban para ser dobles campeones del mundo.
El viernes último, en el Maracaná, reparé en sus muros, sus columnas, el techo, el túnel de puntal alto. Son las mismas estructuras que sostuvieron la debacle y fueron salpicadas con lágrimas incontenibles tras el pitazo final de aquel inolvidable 2-1 a favor del campeón Uruguay.
Alcides Ghiggia, el goleador que sentenció el pleito y convirtió al coloso en un cementerio, sostuvo décadas después una idea memorable: “Sólo tres personas han hecho callar a Maracaná con un sólo gesto: Frank Sinatra, Juan Pablo II y yo”. Deberían quizás tallarla en su piedra hasta tanto lo consiga otro humano.
Y es que el templo de los dioses del fútbol brasileño nunca más ha sufrido tanto, y suele estar inflamado y bullicioso, con estampidas rugientes que asemejan un volcán en erupción. Así lo constaté en la reciente fiesta inaugural, cuajada de felicidad y orgullo.
El Maracanazo entró a la historia como un suceso trágico. De veras fue una hecatombe. Sin embargo, su legado está latente de un modo hasta a veces imperceptible. Aquel día su gente supo aplaudir al monarca y Brasil creció como nación y comenzó a convertirse en lo que es hoy: pentacampeona.
Otro tanto regaló aquella selección uruguaya, capaz de probar la fuerza de las ideas e inspirar la proeza con la consigna: “Los de afuera son de palo, cumplidos sólo si ganamos”. Aquella tarde David derribó de un piedrazo a Goliath.
Y esa es probablemente la gran trascendencia del Maracanazo. La prueba de que los pobres y los “débiles” pueden conquistar toda la gloria. Cuba es ejemplo de ello y los Juegos Panamericanos han sido asiento de míticos triunfos. ¿Si no qué fue La Habana 1991?
El Maracanazo es presente, jamás pasado. No fue un partido de fútbol, sino una lección imperecedera. Por ello, concuerdo con el cronista que enfáticamente dijo: “En estos tiempos, si no hubiera un recuerdo llamado así, habría que inventarlo”
Imposible hablar de ello aquí. La herida es profunda y no sana aún, quizás jamás sane. Bien dicen los dolientes que en 1950 todo estaba listo: era el año, el día, la hora, el estadio, la afición y el equipo que necesitaban para ser dobles campeones del mundo.
El viernes último, en el Maracaná, reparé en sus muros, sus columnas, el techo, el túnel de puntal alto. Son las mismas estructuras que sostuvieron la debacle y fueron salpicadas con lágrimas incontenibles tras el pitazo final de aquel inolvidable 2-1 a favor del campeón Uruguay.
Alcides Ghiggia, el goleador que sentenció el pleito y convirtió al coloso en un cementerio, sostuvo décadas después una idea memorable: “Sólo tres personas han hecho callar a Maracaná con un sólo gesto: Frank Sinatra, Juan Pablo II y yo”. Deberían quizás tallarla en su piedra hasta tanto lo consiga otro humano.
Y es que el templo de los dioses del fútbol brasileño nunca más ha sufrido tanto, y suele estar inflamado y bullicioso, con estampidas rugientes que asemejan un volcán en erupción. Así lo constaté en la reciente fiesta inaugural, cuajada de felicidad y orgullo.
El Maracanazo entró a la historia como un suceso trágico. De veras fue una hecatombe. Sin embargo, su legado está latente de un modo hasta a veces imperceptible. Aquel día su gente supo aplaudir al monarca y Brasil creció como nación y comenzó a convertirse en lo que es hoy: pentacampeona.
Otro tanto regaló aquella selección uruguaya, capaz de probar la fuerza de las ideas e inspirar la proeza con la consigna: “Los de afuera son de palo, cumplidos sólo si ganamos”. Aquella tarde David derribó de un piedrazo a Goliath.
Y esa es probablemente la gran trascendencia del Maracanazo. La prueba de que los pobres y los “débiles” pueden conquistar toda la gloria. Cuba es ejemplo de ello y los Juegos Panamericanos han sido asiento de míticos triunfos. ¿Si no qué fue La Habana 1991?
El Maracanazo es presente, jamás pasado. No fue un partido de fútbol, sino una lección imperecedera. Por ello, concuerdo con el cronista que enfáticamente dijo: “En estos tiempos, si no hubiera un recuerdo llamado así, habría que inventarlo”