domingo, 27 de marzo de 2011

Giorge Díaz: "yo pedía la bola"

El pitcher que dio a Cuba el primer oro olímpico, en Barcelona 1992, aclara rumores sobre su carrera deportiva

Quiso la adversidad que, por fin, entrevistáramos a Giorge Díaz. Tras varios intentos fallidos, la noticia de que “tiene un pie partido, no puede salir de la casa” presagiaba esta vez que el viaje hasta el municipio de Manuel Tames, en Guantánamo, no sería en vano. Y en efecto, allí estaba, como enjaulado, loco por tomar el transporte público para llegarse al estadio Nguyen Van Troi, en la capital provincial, a ver la pelota.
Recordado por su soberbia actuación en la final de los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, este guantanamero nacido en el humilde poblado de Pozo azul, hace 40 años, tuvo como ídolo a Braudilio Vinent y como filosofía la importancia del coraje, aunque de niño dejó el boxeo tras los primeros piñazos.    
Tampoco le fue bien en los estudios, según cuenta, así que se inclinó por el beisbol. En los pitenes de barrio descubrió las dotes de su brazo, y animado por Jorge Irbe, lanzador de los equipos orientales, hizo las pruebas de la academia y aprobó.
Era un joven alto, pero muy delgado, sin las cualidades físicas de sus compañeros. “No me aceptaban del todo. El profesor Francisco Acosta llegó a decir que si me hacía pitcher, él sería cosmonauta”, recuerda. Sin embargo, a fines de los años 80 “cargó” con el equipo juvenil de la provincia, y poco después debutó en series nacionales.
Su rápido ascenso lo ubicaron hacia 1991 entre los estelares de la pelota cubana, al punto de casi incluirse en el equipo a los Juegos Panamericanos de La Habana 1991, y de participar como refuerzo de Henequeneros en un torneo de clubes en México, donde resultó elegido el mejor serpentinero.
 
¿Por qué no hiciste el equipo a los Juegos Panamericanos de La Habana 1991?
“Tuve resultados en esa campaña, estaba propuesto, parecía que integraría el equipo, pero vino una reunión en La Habana y quedamos fuera varios jugadores. Pedí razones y dijeron que contaban conmigo para los ciclos olímpicos siguientes”.
 
La Serie Selectiva de 1992 fue consagratoria para ti… 
“Me destaqué en la Nacional y llegué a la Selectiva por vez primera, con aquel Serranos grandísimo que se tituló frente a Ciudad Habana. Osvaldo Duvergel y yo fuimos los caballos de batalla del pitcheo. Encontré valor para superar la presión de aquella afición y me convertí en un lanzador de confianza. Gané partidos importantes hasta los play off”.         
 
Por eso te colaste en el Cuba de 1992. ¿Cuán difícil fue llegar? 
“Muy duro, había que tener talento, coraje, disciplina. Yo era el novato, el más joven de una lista de pitchers en la que estaban Jorge Luis Valdés, Lázaro Valle, Orlando Hernández, Rolando Arrojo, Omar Ajete, Osvaldo Fernández, Juan Carlos Pérez y otros. Desde el principio los técnicos me dijeron que podía lograrlo, así que me consagré hasta cumplir el sueño de representar a este país. Venía con una gran preparación de la Selectiva y los topes internacionales me ayudaron mucho”.
 
Ese año te “inscribiste” en la historia del béisbol cubano. Los Juegos Olímpicos de Barcelona te premiaron en grande… 
“Vivo orgulloso de aquella victoria, ha sido lo más importante de mi carrera deportiva. La gente me reconoce aún por aquel juego final. Fue un momento clave que no desaproveché. Hoy, cada vez que Cuba pierde un evento, me acuerdo de aquel día en que me dieron la bola y puse la medalla. Hasta digo: ¡si yo estuviera ahí ahora! Pero ha pasado el tiempo…”
 
¿Por qué te colocaron en la discusión del oro? 
  “Esperaron a que se definiera el rival, y cuando pasó Taipei de China optaron por mi estilo y la efectividad mostrada ante los elencos asiáticos. Ya le habíaganadoallí mismoa Japón, y durante la preparación varias veces trabajé con facilidad ante equipos de esa región”.
 
¿Para entonces pesaba menos el nombre de los peloteros? 
“Quizás, no sé, al menos esa vez primó un criterio técnico”. 
 
¿Cómo aprendiste aquel estilo lateral que tanto te distinguió? 
“Lo veía por la televisión y me gustaba, era un cuchillo para los bateadores. Lo empecé a practicar y me fue bien, tiraba recta, slider, sinker, curva y hasta tenedor. Por el lado llegué a marcar 97 millas. Era difícil adivinarme los lanzamientos”.
 
¿Intentaron variarte el modo de lanzar?
“En el entrenamiento para una Selectiva un técnico de Santiago quiso que pichara por arriba, porque ganaba en velocidad, pero me puse duro y no hubo nada de eso”.   
 
Integraste el equipo campeón de la Copa Intercontinental de Italia 1993. Allí también alternaste como abridor y relevista. ¿Qué preferías en verdad? 
“Yo estaba dispuesto a lo que fuera. En realidad había iniciado como relevista en Guantánamo, así que no me molestaba. Fue con el tiempo que pasé a ser abridor, cuando gané en control, velocidad y confianza. Claro, al final me gustaba más ese rol”.
 
Se plantea que una lesión por sobreuso condenó tu carrera deportiva a mediados de los años noventa. ¿Qué pasó?     
“Sufrí una lesión leve en el codo derecho, pero seguí tirando asimismo. Tiempo después fui al Hospital Frank País para infiltrarme, pero allí me enamoré de una guantanamera y vine en el tren sin cumplir el tratamiento. Podía lanzar, fíjese que en 1998 fui líder en juegos completos (16) y en lechadas (6)”. 
Al menos en La Habana te llamaban “Giorge todos los días”. ¿Por qué trabajabas tanto?
“Yo pedía la bola, tenía esa decisión. Si lanzaba nueve innings hoy y mañana el equipo necesitaba seis o siete outs más para ganar, subía de nuevo al box”.
 
Sin embargo, la afición les achaca la culpa a los directores…  
“Algunas veces fueron ellos, pero casi siempre dependió de mí disposición y el coraje para pichar”.   
 
Pero en verdad, pese a la voluntad, tu rendimiento decayó…  
“Muchos piensan que fue por la lesión, sin embargo, influyó más que durante dos o tres años rendí y no me llevaron al Cuba. Incluso estuve muy bien en aquella preselección que trabajó dividida entre Morón y La Habana, pero tampoco hice el grado. Perdí la motivación, me regué un poco, dejé de entrenar como al principio y salí de la pelota”.
 
Si nacieras de nuevo… ¿Volverías a lanzar así, tenazmente?  
“Con la actual regulación de lanzamientos no podría. Y la apoyo, porque lo que yo hice no hay brazo que lo aguante. Sin embargo, creo que mi carácter me llevaría a lo mismo. Te digo más, si hoy me llaman para pichar voy, con un mes de preparación la bola me va a caminar más que a muchos en esta serie nacional”.
 
El Guantánamo de tu época no fue muy ganador. ¿Cuántas victorias habrías logrado con un equipo superior? 
“A veces pienso que 200. ¿Usted sabe cuántos juegos perdí por una carrera de diferencia? ¿O dando seis o siete ceros? Varios compañeros de Santiago llegaron a sugerirme que fuera con ellos, pero la comisión provincial no iba a permitirlo, ni yo me adapté jamás a la idea de abandonar el lugar donde surgí. La afición guantanamera no me lo hubiera perdonado”.
 
¿Alguna vez te incitaron a desertar? 
“Los scouts siempre estaban detrás de nosotros. Una vez, de paso por Miami rumbo a Tenesse, se me acercó un ex jugador cubano que se dedicaba a sacar peloteros. Le dije que no necesitaba hacer aquello, que tenía una misión y luego volvía para Cuba. A mi lado estaba el difunto Miguel Caldés. Esa vez se quedó el árbitro Iván Davis. La otra ocasión fue hace como tres años, cuando cumplía misión en Venezuela. Un día se me parqueó una camioneta al lado con un supuesto chequeador que tenía mi nombre para sacarme. Le respondí lo mismo”.
 
En la actualidad enseñas a niños y adolescentes. ¿Qué opinas de esa tarea? 
“Trabajo con varias categorías en un área del municipio Manuel Tames. Es bonito, pero la falta de implementos afecta mucho. Se puede enseñar la teoría del juego, pero sin guante no se puede fildear un roletazo”.

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