lunes, 1 de marzo de 2010

Esa mística de Los Olmos


Hermes Bueno Galí camina a diario por la ancha avenida, se sienta un rato en los gastados bancos del paseo y finalmente cruza el portón para ver a los niños tirando golpes. Es casi un ritual. Ya adentro suele encontrar a Norge Boudet, Alejandro Montoya, Pedro Caminero, Rudinelson Hardy y otros muchos amigos, viejos y nuevos, que avivan la llama del insigne gimnasio de boxeo santiaguero Los Olmos.
Con la vista fija en el fondo del local, Galí recuerda que siendo muy niño se trepaba en una pared de su casa para ver el patio de Juan Tomás, donde este y el profesor Obelio Wilson entrenaban a decenas de púgiles. Su papá había sido boxeador, pero no quería que sus hijos le imitaran por las secuelas de los golpes. Aún así, Galí se fugaba al Club Náutico para ver las peleas y hasta calzó guantes varias veces, porque si faltaba algún peso Obelio le decía: “ven acá, no digas na´, sube y tira piñazos”. Mas, la petición de El Florero, como apodaban a su padre, fue más fuerte y acabó estudiando Cultura Física. Quizás por eso nos sugirió entrevistar a “boxeadores de verdad”.

Caminero sabe la historia…
“Este gimnasio es como mi casa, entré en 1954 y celebré la primera pelea con solo dos días de entrenamiento y tres kilos de chicharrón de ubre en el estómago”, recuerda Pedro Caminero, quien conoce muy bien la historia de este mítico lugar.
“Surgió en la década de 1930 y al poco tiempo pasó a ser atendido por Juan Tomás y Wilson. Era un espacio de 10 metros cuadrados, con un saquito guindado de una mata de cañandú, un juego de guantes y un par de guantillas. Nada más. Sin embargo, ya en los años 40 dio figuras relevantes como Luis Felipe Montes, René Arango, Alexis García y otros que hicieron época en la antigua provincia de Oriente.
“Las bases del aprendizaje eran propias del profesionalismo, con el combate intensivo como principal método. Los profesores no estaban preparados científicamente, sino que enseñaban a hacer sombras, guantes, sparring y… ¡a pelear! Aquí los boxeadores se daban naturales. La rivalidad entre gimnasios (Veguita de Galo, Trocha, La Maya, San Luis) era enorme y existían líderes con cientos de fans.
“A partir de 1959 apareció otra generación de fajadores formada en las concepciones olímpicas, muchos de los cuales llegaron al equipo Cuba en diferentes épocas. En la lista resaltan Roberto Caminero, Alejandro Montoya, Rolando y Ramón Garbey, Enrique Regüeiferos, Juan T. Odelín, Héctor Vinent, Yordenis Ugás y otros muchos”.

Cuatro generaciones, mil vivencias
Alejandro Montoya quería ser pelotero, pero Wilson insistió tanto que lo llevó al ring en 1960, con apenas ocho años de edad. El campeón panamericano de México 1975 no olvida que por esos días aquel panadero devenido profesor daba el entrenamiento en la sala de su casa. Tampoco que cocinaba caldosas para motivar a los niños, y que en el antiguo gimnasio tenía un mulo que soltaba tremendas patadas.
“En 1972, por los resultados obtenidos, Juan Almeida Bosque facilitó el local que ocupamos hoy. Yo estaba en el equipo nacional, pero Obelio seguía aquí sacando boxeadores. Con justeza le reconocen como padre del boxeo cubano, y quizás sea el mejor entrenador de base de este país en el siglo XX”, afirma Montoya junto a Caminero.
René Menéndez ya era púgil cuando arribó a Los Olmos en 1980. Sin embargo, “había que ser guapo para quedarse porque el golpeo se hacía con guantillas, y si no tirabas sobre el ring te amarraban una mano y… ¡a fajarse! Aquí lo aprendí todo y me siento feliz como profesor. Solo lamento que ahora carezcamos de iluminación y otros recursos básicos para desarrollar mejor a los niños que tenemos”.
El bronce mundial de Budapest 1997, Rudinelson Hardy, solía jugar cada tarde en el gimnasio. Un día, harto de sus trastadas, Obelio le puso los guantes y descubrió un talento. “Empecé chiquitico, la gente me preguntaba cuántas peleas tenía y yo decía: 200, ninguna perdida. Me gustaba el boxeo, era natural en mí, veía las fotos de los monarcas y quería ser igual. En 1994 entré al equipo grande”, narra
Norge Boudet es otro símbolo de Los Olmos. Fue alumno hace 30 años y hoy ocupa el puesto del inolvidable Obelio. Con pausado hablar cuenta que siguen ganando todas las lides, y que poseen alumnos en las escuelas deportivas de la provincia. Distingue al púgil santiaguero por su valor, confía en el futuro de este deporte, y afirma que mientras los niños lleguen solos al gimnasio, sobrevivirá su mística, su encanto.

Foto: José R. Rodríguez Robleda

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