domingo, 9 de junio de 2013

Salón de la Fama del béisbol en Cuba: la visión limitada


Aunque continuamente enarbolamos las ideas de “hacer más con menos” y de adecuar los sueños a los recursos existentes, muchas veces destruimos o aplazamos los proyectos por pensar y actuar del modo contrario. Un ejemplo clarísimo, a mi juicio, se aprecia en lo referido al Salón de la Fama del Béisbol Cubano.

Desde hace varios años sus más fervientes defensores insisten en la importancia de reanudar las exaltaciones, fijadas en 68 peloteros hasta el año 1961, fecha de las últimas promociones. Las razones  para no hacer realidad la demanda han estado, que sepamos, en el llevado y traído asunto de los medios materiales y financieros.


Habría que preguntarse, ante todo, qué entender por el Salón de la Fama, no vaya a ser que lo estemos confundiendo o unificando con un Museo del Béisbol Cubano, aspiración justa y sensata, pero imposible en este minuto si tomamos en cuenta que el Museo Nacional del Deporte continúa destruido y la mayoría de sus piezas guardadas en cajas.
Entiendo al Salón de la Fama como una institución —no confundir con un edificio fastuoso— regida por los profesionales más conocedores del tema, y cuyo premio fundamental a otorgar sea el reconocimiento público y eterno a quienes por sus meritorias carrera deportiva y actitud social merezcan ser consagrados.

¿Qué impide elegir una nueva directiva para el Salón, integrada por periodistas antiguos y en activo, por historiadores y miembros de la Federación Cubana de Béisbol? ¿Qué les prohibiría luego investigar las reglas que una vez rigieron su funcionamiento, y las vigentes en otros países, para adecuarlas a nuestro escenario actual?

¿No existe suficiente conocimiento acumulado para elaborar o rescatar, de modo paulatino y ordenado, las biografías de quienes ya tienen sitio en el Salón, y las de los cientos de candidatos a ser exaltados en el futuro? Las respuestas a tales interrogantes son claves y aluden a la voluntad de hacer y crear, al deseo de superar toda la visión limitada que ha permeado este asunto durante años. Para avanzar en estas direcciones no haría falta siquiera un centavo.

Por supuesto, nadie renuncia a la existencia de un recinto al que asistan los aficionados cubanos y extranjeros, con el fin de rendir homenaje o admirar las faenas de nuestros inmortales del béisbol. Solo que en las actuales circunstancias no sería lógico anteponer el factor material al simbólico, pues ello retardaría aún más el rescate de una tradición vinculada de lleno a la cultura de la nación.

En este sentido, salvo que alucinemos con edificar de golpe una sede similar a la del National Baseball Hall of Fame and Museum, en Cooperstown, Estados Unidos, deben aprovecharse las ventajas de la planificación económica para habilitar un sitio humilde que se vaya enriqueciendo a lo largo del tiempo.

Para empezar quizás baste con restablecer la placa de mármol que carga los 68 primeros nombres, guardada afortunadamente en el Latinoamericano, y sumarle otros soportes —del material a mano— donde grabar las letras gloriosas de las próximas incorporaciones. Fotografías y breves reseñas podrían complementar un primer guión sin grandes pretensiones, pero de un significado invaluable.

También valdría la pena recabar el apoyo de artistas, coleccionistas, historiadores y hasta de los propios aficionados, en aras de hacer realidad la obra. Un deporte que despierta las más inusitadas pasiones seguramente contará con infinitos y entusiastas colaboradores para este y otros empeños.

Finalmente, llamo la atención sobre la posibilidad de extender la idea de un Salón de la Fama a disciplinas como el boxeo, atletismo, voleibol, lucha, judo y otras con suficiente historia para fundar un sitio en que las glorias pasadas inspiren a las nuevas generaciones de deportistas cubanos.

Foto: Martín Dihigo pertenece a los salones de la fama de Cuba, México, Venezuela y Estados Unidos. En la foto su placa de Cooperstown. 

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